Nos separaron: Merchef a Campo, Passepartout a Santiago, Rye en casa

Parecía que nada nos podría separar, que si habíamos superado una vuelta al mundo sin una noche en la que nuestros dedos no pudieran tocarse, nuestro compromiso sería eterno. En Tailandia superamos conflictos con usureros taxistas en Sukhothai y chinches y guerras de agua helada en Chiang Mai, en Birmania nos sobrepusimos al efecto de la fama por ser blancos en Kyaiktiyo, en Filipinas descubrimos juntos que Passepartout podrá ser geógrafo pero jamás espeleólogo, en Vietnam nos enfrentamos sin ningún éxito a corruptos agentes de aduanas, lo mismo que en Camboya. También recorrimos, sin lanzarnos las mochilas a la cabeza, Borneo, Singapur, Indonesia, Australia y Estados Unidos. Yo cada día más delgado, Merchef cada día más sonriente. (sonreiría ella por verme más delgado?)

Pero la eternidad que nos prometió el viaje duró poco, y menos de un año después Merchef estaba en Campo, Passepartout en el Camino del Norte hacia Santiago y Rye solo en casa.

Merchef en Campo es feliz como posiblemente lo fue en Filipinas o Camboya. Campo es ese pequeño pueblo a los pies del Pirineo que seguramente nunca estará en la lista de los pueblos más bonitos de España; pero su devenir al ritmo de las campanas de la iglesia, sus vistas al pelado macizo del Turbón (¡qué aguas!), sus estrechas calles jalonadas por plantas tan bien cuidadas que parece imposible que no sean de plástico,  el tequila con naranja y canela que se puso de moda en las fiestas y sobre todo esas setas y patas a la brasa que sirven en la Cova d’Axen, hacen que Campo encabece nuestra peculiar lista de pueblos super molones.

Además Campo atesora un

Además, como indica su cartel,  Campo atesora un «clima ideal»

Yo por mi parte metí dos pantalones, tres calzoncillos, tres pares de calcetines, tres camisetas y un diminuto saco de dormir en la mochila y me marché en un autobús de duración asiática (10 horas) hasta Oviedo. Cada día caminaba alrededor de 6 horas con la ilusión de llegar a Santiago y pedirle al Apóstol que me devolviera esa eternidad que Campo me había robado. Más de 250 kilómetros y tres ampollas después llegué a la fila para abrazar la imagen de Santiago y pedirle la indulgencia y recuperar la eternidad de mi amor con Merchef. Tras mucho esperar por fin iba a ser mi turno para abrazar la venerada estatuilla, pero el hombre que me precedía se aferró al busto del Apóstol y le empezó a dar pequeños golpes a la imagen con su nariz mientras le caían lágrimas por sus mejillas. No tardé mucho en entender lo que el señor  pedía al Apostol: una rinoplastia. Esto me desconcentró soberanamente (tanto caminar para pedir una cirugía estética) y para cuando me tocó abrazar a Santiago no podía pensar más que en la rinoplastia del anterior peregrino. Total que perdí mi oportunidad de pedir por la eternidad de mi amor y ahora seguramente hay un señor en algún punto del mundo con una nariz nueva. Y yo tendré que trabajar por mi cuenta por recuperar esa eternidad con Merchef.

peregrinar entre maizales por Asturias

Peregrinar entre maizales por Asturias

Rye, se quedó descansando en casa, las familias de Merchef y de Passepartout se turnaban para darle largos paseos, recoger sus excrementos y darle de sabrosas comidas con las que nosotros nunca le obsequiamos. Rye, se lo agradece con algún lametón y alguna frase suelta que siempre acaba con «guau guau».

Yo he vuelto de Santiago, en otro autobús infinito, y mientras dormía, soñé (bendita ilusión), que una picassiana imagen del Apóstol (los sueños son así) me decía que la eternidad no existe, que solo existe el presente y eso es lo que debemos compartir Merchef, Rye y yo.

Amén.

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