Albarracín, aquí empieza todo

En realidad todo empezó con un delito, leve pero delito al fin y al cabo. Jamás podría haber delinquido yo solo, por eso insistí tanto a P. para que cometiera junto a mi la pequeña temeridad que nos permitiría asistir a un campo de trabajo sobre teatro para mayores de 18 años en Albarracín. P. tenía entonces 16 años recién cumplidos y a mi me faltaban un par de meses para cumplirlos. Falsificación de documento público fue el delito que cometimos, en realidad falsificación de la fotocopia de un documento, DNI (de los antiguos, eso sí). Si hubiésemos sido descubiertos podríamos haber sido condenados a ocho años de prisión y lo que habría sido peor nos habría condenado a vivir otra vida, ya que esos 15 días que vivimos en Albarracín en el verano de 1995 marcaron nuestra manera de enfrentarnos a la nicotina, al primer amor, al sexo, al alcohol, a las separaciones y a la lucha por definir la persona que queríamos ser a partir de entonces.

Albarracín en 1995 fue el tiempo y lugar para nuestras nuevas ilusiones. Hasta entonces para P. y para mi la vida era poco más que el instituto, sacar buenas notas, alguna actividad extraescolar, comer pipas en el parque con la cuadrilla y algún sábado de celebración en bares de dudosa ética hacia los menores de edad. Pocas cosas se salían de esta rutina, rutina que a nosotros no nos parecía demasiado aburrida. Entonces, el dos de julio de 1995 montamos en aquel autobús dirección a un pequeño pueblo de la provincia de Teruel y comenzó la primera revolución de nuestras vidas.

Albarracín

P. que antes del campo de trabajo detestaba el humo del tabaco se convirtió en un fumador incansable. Yo que había vivido de espaldas a las chicas acabé los 15 días de campamento irremediablemente marcado por la nariz pecosa, los ojos verdes, la sonrisa pícara y lo que escondía el bikini de una de las chicas que dormía en la habitación número 12.

El campo de trabajo en sí no eran más que unas clases magistrales de interpretación teatral. Durante la mañana entre poemas de Jaime Gil, Miguel Hernández, Góngora o Juan Ramón y escenas de Lorca, Sanchís o Shakespeare nuestros ojos se fijaban en los de ellas y nuestros dedos imaginarios se enredaban entre su pelo. Por la tarde mientras veíamos como otros interpretaban a Romeo y Julieta o a Carmela y Paulino yo imaginaba apoyado en el hombro de la chica de la habitación 12 que nosotros lo haríamos mejor. No la escena, el amor. Por la noche yo regaba la desinhibición en el pub del pueblo con ron Cacique y P. la ahumaba con Lucky Strike hasta que éramos lo suficientemente valientes para bailar agarrados, yo con cualquiera que no fuera la de la habitación 12 y P. solo con Lorena.

Una noche entre sonetos de Quevedo, romances de Lorca, unas canciones de Victor Jara y Pablo Milanés y otras de Azúcar Moreno y Los Rodríguez besé un beso que supo a Cacique con Coca Cola y LM a una chica que no tenía su cama en la habitación 12 y vi como la chica de la nariz pecosa de la habitación 12 salía del pub del pueblo abrazada a un chico que dormía en mi habitación y que yo empecé a a odiar. La niebla de Lucky Strike hacía tiempo que había devorado a P. y Lorena.

La noche siguiente, que seguía teniendo aroma a Cacique y LM, vi como mi odiado compañero de habitación desaparecía del pub abrazado a una chica que no era la pecosa de la habitación 12. Buceé entre el humo de Lucky  Strike hasta encontrar a P. Con él, Lorena y otros más salimos a tumbarnos en la hierba y ver las estrellas, algunas de ellas fugaces. Sobre mi regazo se apoyó la cabeza de la chica de la nariz pecosa de la habitación 12. Sonreí y ella empezó a buscar algo en el cielo. Yo dejé de mirar las estrellas, algunas de ellas fugaces, y cerré los ojos. Entonces apareció, tenía claro que era él porque habíamos hablado de él esa misma tarde y sabía la apariencia que tenía. El espectro del padre de Hamlet me estaba hablando. A unos se les aparecen vírgenes, santos o profetas, pues a mi se me apareció el padre del protagonista de una obra de Shakespeare. No recuerdo muy bien que me dijo, debió ser por el Cacique con cola, solo recuerdo que cuando el espectro del padre de Hamlet desapareció tenía una extremada confianza en mi mismo, así que apreté fuerte la mano de la chica de la nariz pecosa de la habitación 12 y le dije : «Oye, Merchef,  ¿Por qué no te apoyas en mi hombro? Estarás más cómoda» «No, así estoy bien»

Bueno, yo también estaba bien así, simplemente a su lado.

Dos días después volvíamos a Huesca, a casa, P. con un paquete de Lucky, el espectro del padre de Hamlet orbitando alrededor de mi cabeza y yo orbitando alrededor de la vida de Merchef.

**Pese a lo milagroso de la aparición del espectro del padre Hamlet jamás se me ocurrió levantar en el lugar una capilla, una ermita, un teatro o un centro cultural. Alguién se me adelantó y construyó un bar. Mucho mejor, sirven Cacique con Coca Cola como le gusta al Padre de Hamlet.

 

3 comentarios

  1. Ay, que voy a llorar de emoción y nostalgia…

    1. Te hará llorar el espectro del padre de Hamlet, porque nada más lejos de mi intención.

  2. Ay si me he reído…
    ¡qué atrevido Passepartout!!!

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