El día que comimos rata a la parrilla

Can Tho, Vietnam, 29 de junio, nubes altas con tormentas, 31 ºC

La primera vez que comimos  rata a la parrilla de leña de cocotero habíamos madrugado mucho. Debían ser las cinco de la mañana cuando Thy, la joven dueña del alojamiento, llamó a la puerta de nuestro bungalow para avisarnos de que el desayuno estaba listo. Arrastrábamos cansancio desde Ho Chi Minh City, donde las intensas contradicciones provocadas por las visitas al Museo de la Guerra y los demasiado turísticos túneles de Cuchi nos habían dejado un tanto descolocados.

Era temprano, sí, cuando oímos los golpes en la puerta pero Merchef ya llevaba unos minutos trasteando con el móvil aprovechando el excelente wifi del homestay . Yo sin embargo dormía a pierna suelta en nuestra caseta de paredes de bambú trenzado. La idea era salir al amanecer con la prima de Thy y un barquero a recorrer el delta del Mekong y uno de los mayores mercados flotantes del mundo. A esa hora de la mañana todavía no podíamos imaginar que acabaríamos almorzando rata unas horas más tarde.

La barca era poco más grande que las que navegan por el estanque del Retiro, pero esta se movía con la fuerza de un motor cuyas hélices se atascaban cada quinientos metros con las bolsas de plástico y otros desperdicios que llenaban los laberínticos brazos del Mekong.  Sí, como en Birmania o Tailandia el río en Vietnam hace las veces de carretera, aquapark, lavabo, lavadero, spa y sobre todo vertedero. La prima de Thy se excusaba cada vez que el barquero debía parar la embarcación, apear la hélice del motor y limpiarla de plásticos y otras inmundicias.

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La prima de Thy, que de ahora en adelante seguiremos llamando «la prima de Thy» porque no recuerdo su nombre, era la joven vietnamita más simpática que jamás haya surcado las marrones aguas del Mekong. Era estudiante de magisterio vietnamita (que debe ser uno de los magisterios más difíciles del mundo a juzgar por el idioma) . La prima de Thy no paró de sonreir durante toda la excursión sin miedo a enseñar una boca por la que parecían asomar más dientes de la cuenta. Desde poco antes de las seis de la mañana, cuando nos montamos en la barca, la prima de Thy sabía que ese día el menú del almuerzo iba a ser rata a la parrilla, pero se guardó bien el secreto hasta cuando el hambre y el cansancio no permitieran más escapatoria para nuestra supervivencia que probar las patas del roedor.

Tras los numerosos parones para deshacernos de las bolsas que se enganchaban en las hélices llegamos por fin al cauce principal del Mekong. Fue como pasar de transitar por un camino rural un domingo por la tarde a recorrer la M-30 en hora punta. Cientos de embarcaciones de los más diversos tamaños, formas y colores serpenteaban por el inmenso cauce. Y lo más misterioso, no chocaban. En las orillas del Mekong algunas barcas hacían cola en los surtidores de gasolina.

 

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Remontamos unos kilómetros el Mekong hasta llegar al mercado flotante de Can Rai. Mi sorpresa al llegar al mercado fue mayúscula. Esperaba unas barquitas cuyos patrones vestidos a la manera tradicional se acercaran a las embarcaciones de los turistas para venderles algunos souvernirs o snacks pero por contra nos topamos con enormes barcos cargados con miles de kilos de las más diversas frutas, verduras y hortalizas que se cultivan en las fértiles tierras del Delta. Es decir, creía que íbamos a encontrar el Mercado de San Miguel y en realidad estabamos recorriendo MercaMadrid. La prima de Thy nos explicó entonces que el mercado flotante de Can Rai es un mercado al por mayor en el que los productores agrícolas del Delta acuden a vender sus mercancías a otros comerciantes que vienen desde otras partes de Vietnam e incluso desde Camboya o Tailandia. Impresionante ver barcos cargados de miles de piñas, coles o pimientos. Ya eran las diez de la mañana cuando terminamos de recorrer el mercado y el sol hacía horas que abrasaba. La prima de Thy sugirió entonces que lo mejor sería ir regresando y de camino parar a tomar algo en alguno de los restaurantes que se esconden en las orillas de los brazos menores del Mekong. La prima de Thy ya sabía que en un rato estaríamos probando rata, nosotros todavía pensábamos que íbamos a comer arroz con un par de trocitos de pollo.

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Atracamos la barca en un precario muelle al que le faltaban muchas de las tablas que conformaban su piso. Conseguimos hacer tierra sin caer al Mekong y nos adentramos en el restaurante que era un jardincillo repleto de árboles frutales: lichis, mamones chinos, fruta del dragón… Las probamos todas, recién cogidas del árbol en su justo punto de madurez, mangostean… La prima de Thy hizo que nos sirvieran té y nos sugirió que nos acercáramos a la barbacoa para elegir la carne que queríamos probar. Yo estaba estupefacto, íbamos a comer algo que no era arroz acompañado con escasos pedazos de proteína. Merchef salivaba mientras nos acercábamos a la parrilla. Al llegar vimos las pizcas de carne que tenían un aspecto impecable. Fue entonces cuando la prima de Thy nos explicó que podíamos elegir entre dos tipos de carne «snake or rat». Serpiente o rata.

Mi mente se nubló, mis ojos se quedaron en blanco, sentí como las piernas empezaban a temblar y como se me secaba la boca. Merchef por el contrario seguía entusiasmada con la idea de probar ya fuera reptil o roedor. Yo no podía decir nada, mi garganta estaba completamente cerrada mientras Merchef me decía que qué quería probar yo. La prima de Thy que se había dado cuenta que estaba catatónico me miraba sonriendo, dejando a la luz esos dientes de más que le asomaban entre los labios. Yo no quería probar nada, yo quería irme a mi casa y comer tortilla de patata o un bocadillo de jamón, incluso aceptaría un plato de brócoli si venía con mayonesa.

Al cabo de unos minutos conseguí tranquilizarme y me volví a asomar a la parrilla llena de pizcas de serpiente y muslitos de rata. La prima de Thy me seguía con la mirada, mientras yo olía los efluvios que emanaban de la parrilla. Joder, la verdad es que olía muy rico. Merchef ya tenía en su plato su muslito de rata, yo pensé que no podía volver a pasar lo que ocurrió en Bantayán , debía dejar atrás mis prejuicios gastronómicos, cosa que Merchef hizo ya en tercero de EGB. Así que señalé con el dedo otro muslito de roedor y la prima de Thy me lo puso en el plato.

Dejé que Merchef lo probara antes y encantada me dijo que estaba riquísimo, que sabía a conejo. Yo le di un gran sorbo al té y sin pensar más le di un mueso al muslito. Mastiqué con las muelas zurdas. Mastiqué con las muelas diestras intentando que la bola no entrara en contacto con las papilas gustativas. Entonces tragué y le di otro gran sorbo al té.

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Ya estaba hecho, mi aparato digestivo estaba digiriendo un trozo de  pata de una rata. Agggg.

Entre tanto Merchef ya se había acabado su pizca y no le quitaba ojo a la mía. Le dije que a mi no me había terminado de gustar (aunque en realidad no había notado ningún sabor para poder tener criterio) y que si quería se podía acabar mi trozo de rata. Asó lo hizo.

Yo lo tenía decidido, empezaría a trabajar mis prejuicios gastronómicos en mi siguiente visita a San Sebastián, Guipúzcoa.

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Algunos consejos prácticos sobre nuestra estancia en el Delta del Mekong:

Existen muchas excursiones de uno o varios días desde HCMC (Abreviatura de Ho Chi Minh City, antigua Saigón) al delta del Mekong, pero nosotros decidimos intentar hacerlo por nuestra cuenta y estos son algunos.

.- Bus de HCMC a Can Tho con la compañía «Phuong Trang» (la reconocerás por sus autocares naranajas). La estación en HCMC (Mien Tay Bus station) está alejada del centro, pero la compañía tiene un servicio de mini bus gratuito desde su oficina en el centro hasta la estación. El viaje dura algo más de tres horas y tiene una parada en un área de servicio en la que para decenas de autobuses naranjas como el tuyo, así que fíjate en el número no sea que tras la parada te montes en otro autocar. En junio de 2014 pagamos por este trayecto 125.00 VND (4,75 €)

.- Al llegar a la estación de Can Tho vigila con los taxistas que se abalanzarán sobre ti para ganarse una carrera, según nos informaron son de poco fiar. Además si tienes reserva en un hotel de Can Tho puedes utilizar el servicio de lanzadera de la compañía de autobuses que te dejará en tu hotel. Nosotros como teníamos la homestay lejos del centro, en pleno delta, fue la dueña del alojamiento la que nos gestionó un taxi que acudió a buscarnos.

.- Green Village Homestay, una vez más Merchef supo encontrar el alojamiento perfecto. Unos bungalows de bambú en un jardín junto a los canales del Mekong. Thy, la dueña, es simpática, atenta y habla buen inglés. Lo mejor del alojamiento, tumbarte en las hamacas a la sombra del bambú. La habitación doble nos costó 900.000 VND (34,00 €) por noche incluyendo cena, desayuno y el transfer desde la estación de autobuses.

4 comentarios

  1. Me encataria recibir vuestras notificaciones pues yo tambien viajo mucho. Dejenme saber como. Gracias. Claudie

  2. Hola claudie!
    Muchas gracias por ponerte en contacto con nosotros. Puedes estar al tanto de nuestras actualizaciones dándole «me gusta» a nuestra página en facebook. http://www.facebook.com/enunsalondete
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    Un saludo

  3. […] salido de Can Tho, en el Delta del Mekong, en un autobús cuando todavía no había amanecido. Por supuesto éramos los únicos viajeros que […]

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